Arrancó sin dudar, sin llorar y sin mirar todo ese atrás que como siempre quiso olvidar y no pudo, volcando esperanzas en la cuneta y frotando animoso los rostros rojos en el asfalto caliente. Resultó ser una marcha filosa de surcos trazados por otros tantos solos en compañía de un dolor indefinido y procaz. Tentaciones muertas que al nacer trepanaron su memoria negra. Evitó entonces desviar la vista al espejo para privarse de la imagen cada vez más pequeña de su último fracaso. Quiso mutar a una euforia desbordada e inútil, husmeando morbosamente la mentira tibia del desgarro. Cuando el ajado sueño, esmerilado de turbio pesar y sin razón partió su sien, logró finalmente comprender que su suicidio no sería solo uno: seis veces merecía morir para siquiera considerarse digno. Igual no perdonó nada por respeto al bastardo. Su fin fue el principio del Sol.
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