Dicen que fue domingo a mediodía, frío y nublado; que fue el centro del mundo por algunas horas y que todo giraba a su alrededor. Dicen que las contradicciones primero lo llevaron a un mejor cuenco y que abandonó el cobijo que meció sus primeras formas; luego otras tantas lo hicieron vagar incierto de lecho a lecho, calentando y enfriando sin rencor. Dicen también que Cronos jugó con sus horas arrastrándolo de los cabellos por tiempos de tormenta y le simuló edades encontradas haciéndolo gozar de poder inmerecido y llorar pérdidas injustas. Dicen que dicen que guardó años de dureza, exhibió orgullo falso y valores inventados. Muy a destiempo advirtió que le mintieron cuando gritaron gloria! al cordón interrumpido: no fue así hasta muchos años después cuando verdaderamente y de cuajo se arrancó con dolor la inocencia llevándose pedazos de natura propia y ajena. Vivió una sucesión de veranos remotos acumulando siestas furtivas con distintos motivos y excitantes resultados que le fueron convocando hacia una imaginación de altura, ingenua, libre e inocente, que después cayó sórdida, recoleta, dura, reprimida; más gris y turbia. Cuando se dio cuenta que todo eso que decían no lo hacía feliz, detuvo su andar, salió del camino parejo y contorneado, y se echó a correr sin rumbo por el desierto, por el agua, por la montaña: llevando en sus manos apretadas el poco calor de una vida que se enfriaba hasta que encontró un espacio en donde abrirlas despacio aunque llorando en silencio de alegría. Desde entonces se creyó un simulador por convicción, también soñador errante y hasta algunas veces delirante al extremo de la provocación. Hoy teme de sí mismo: pudo hacer casi todo lo que quiso y lo inquieta creer que poco es lo que aún le falta. Creó y procreó, quiso y amó, adoptó y adoró, agonizó y sobrevivió, perdonó e hirió, convenció que del infierno se vuelve porque así lo hizo. El 44.
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